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¿Cuántos significados encierra la nacionalidad? Las pertenencias y orígenes tienden a rotularnos con determinados significados que, muchas veces, parecen venidos de muy lejos. Sin embargo, la nacionalidad, como idea devenida de nación, es bastante nueva. Tiene que ver con una idea asociada al territorio (y por ende a la organización política y jurídica) o a la identidad cultural (el conjunto de costumbres, tradiciones y acervo que vienen desde mucho tiempo atrás).
La nacionalidad nos define, a veces nada, a veces completamente. Se es, en tanto parte de un todo. A veces es una carga, a veces una ayuda. O se es por un detalle que a veces, de tan nimio, es irritante. Los argentinos lo sabemos por el fútbol. Otras, por detalles enquistados que detienen la imagen que los demás se forman de la gente de ese país, que parece detener el tiempo. Sin embargo, las rotulaciones nacionales tienen que ver con un conjunto de situaciones sociales, culturales e incluso individuales en permanente movimiento. Algunas son rápidas, otras permanecen por mucho tiempo. Y todo se vuelve una cuestión de percepciones. Nosotros y los otros.
El otro, que en la paradoja de su diferencia nos trae el miedo a lo que no entendemos, y a su vez respuestas a lo que no entendemos. El otro, que en sus diferencias nos hace mejores en muchas cosas y peores en otras. El otro, que como un espejo esquizoide nos devuelve una mirada comparada que nos llama a reflexionarnos en nuestra historia y nuestro lugar.
Lo diferente, mirado en el cristal de este mundo ampliado de sincronía permanente, donde el espacio se junta, nos resulta vital.
Por eso esta propuesta visual de entender al hombre en todas sus acepciones. Con sus grandezas y miserias. Con la historia cotidiana de los seres comunes, conviviendo con pasados de bronce y mármol. Con tantos y tantos luchando por mantenerse en la línea de flote. Con tantos sumergidos en el hambre. Y sin embargo, construyendo la dignidad diaria. Esa que parece increíble de construir en escenarios desolados y desoladores. Porque como dice Albert Camus en La peste: “[...] el doctor Rieux decidió redactar la narración que aquí termina, por no ser de los que se callan, para testimoniar en favor de los apestados, para dejar por lo menos un recuerdo de la injusticia y de la violencia que les había sido hecha y para decir simplemente algo que se aprende en medio de las plagas: que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio.”
La nacionalidad nos define, a veces nada, a veces completamente. Se es, en tanto parte de un todo. A veces es una carga, a veces una ayuda. O se es por un detalle que a veces, de tan nimio, es irritante. Los argentinos lo sabemos por el fútbol. Otras, por detalles enquistados que detienen la imagen que los demás se forman de la gente de ese país, que parece detener el tiempo. Sin embargo, las rotulaciones nacionales tienen que ver con un conjunto de situaciones sociales, culturales e incluso individuales en permanente movimiento. Algunas son rápidas, otras permanecen por mucho tiempo. Y todo se vuelve una cuestión de percepciones. Nosotros y los otros.
El otro, que en la paradoja de su diferencia nos trae el miedo a lo que no entendemos, y a su vez respuestas a lo que no entendemos. El otro, que en sus diferencias nos hace mejores en muchas cosas y peores en otras. El otro, que como un espejo esquizoide nos devuelve una mirada comparada que nos llama a reflexionarnos en nuestra historia y nuestro lugar.
Lo diferente, mirado en el cristal de este mundo ampliado de sincronía permanente, donde el espacio se junta, nos resulta vital.
Por eso esta propuesta visual de entender al hombre en todas sus acepciones. Con sus grandezas y miserias. Con la historia cotidiana de los seres comunes, conviviendo con pasados de bronce y mármol. Con tantos y tantos luchando por mantenerse en la línea de flote. Con tantos sumergidos en el hambre. Y sin embargo, construyendo la dignidad diaria. Esa que parece increíble de construir en escenarios desolados y desoladores. Porque como dice Albert Camus en La peste: “[...] el doctor Rieux decidió redactar la narración que aquí termina, por no ser de los que se callan, para testimoniar en favor de los apestados, para dejar por lo menos un recuerdo de la injusticia y de la violencia que les había sido hecha y para decir simplemente algo que se aprende en medio de las plagas: que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio.”